lunes, 27 de septiembre de 2010

 

Sobre la Intuición

INTRODUCCIÓN

Este trabajo se basa en lo que entiendo por Intuición a partir de lo que ha entrado en mí a través de lecturas que en diferentes momentos han tocado mi experiencia; de clases y talleres con la intención directa o indirecta de indagar en el conocimiento del ser humano; y a partir de lo que ha captado mi conciencia sobre mi propia vivencia del proceso intuitivo.

El propósito de esta tarea es por una parte, incursionar más a fondo en un tema que a lo largo de mi vida me ha interesado y al que he atendido con menor o mayor conciencia. Por otro lado, tengo la esperanza y la intención de aprehender lo que me corresponda del género humano en este rubro, para agregar mi grano de arena a la mónada de nuestro propio conocimiento.

LA INTUICIÓN, TAN HONRADA COMO DESPRECIADA

A lo largo de mi vida he oído y leído en varios lados la sorpresa ante el impacto que la civilización, la aculturización, la tecnificación y la cientificación han tenido sobre las comunidades humanas en detrimento de una expresión más completa de sus propiedades como la intuición. Ya en los libros de mis abuelos hay autores que ven con pena la enajenación del hombre de sus raíces, de su centro, debido a la avasalladora modernización que parece irrumpir en las ciudades, en los campos, en las casas, automatizando todo, homogeneizando todo, desde el vestir hasta el mirar, desde el sentir hasta el expresar, despreciando el don de la intuición, única en cada ser humano. Alternativamente, habemos quienes no dudando que, si bien el avance borreguil del desarrollismo ha cobrado y cobra facturas altas al hombre, existe también en el mundo el anhelo legítimo de auto-conocimiento de la raza humana. Sobre la atención que se ha dado la Intuición como parte inherente del ser, se tiene noticia desde que el hombre existe, sin embargo, su admisión oficial como cualidad humana es más o menos moderna, como lo plantearé más adelante, con apoyo en la bibliografía ahí citada.

En este orden de cosas, por un lado es cierto que el mundo está regido por leyes que se aplican a nuestros sentidos y que nuestra comprensión del universo transita por nuestra vista, oído, tacto, gusto y olfato. Nos servimos de los cinco sentidos perceptivos para dilucidar el entorno, todos los datos de nuestra inteligencia y de nuestra identidad cultural. En general, vamos percibiendo con prisa, sin conciencia, cumpliendo con citas y horarios, invadidos por noticias que no nos conciernen ni inmediata ni directamente, consumiendo y digiriendo como va. Así, revestidos de “hombre masa”, no podemos explicarnos percepción ‘extra-sensorial’ e Intuición más que como fenómenos marginales, aleatorios, repentinos, intrascendentes; así, casi ni recordamos esos términos cuando se trata de hablar en serio, pues en su categoría cotidiana pertenece a las casualidades. En poquísimos espacios Percepción sensorial más allá de lo material e Intuición tienen carta de identidad científica oficial.

Por otro lado, hace por lo menos cuatro décadas que los científicos han venido demostrando que la concepción del mundo, sólo a partir de nuestros sentidos desarrollados hasta el nivel básico de sobre-vivencia, es estrecha, incompleta, al recoger parcialmente la integridad humana. Se tiene noticia de que desde su existencia, el hombre se ha dado a la tarea de preservar el conocimiento ancestral y agregarlo a su experiencia actual. Uno de los frutos de esta labor es el reconocimiento que se ha dado tanto a la percepción sensorial más allá de lo material como a la intuición, como facultades humanas motores esenciales de nuestra estancia en el universo. Aunque en general se intuye que así es, no se sabe, se olvida o se desprecia que en todas las épocas la Intuición, por su insólita y ejemplar naturaleza, por sus imprevistos surgimientos, ha inspirado a artistas, a científicos, a próceres de la humanidad y a cualquier hombre, independientemente del reconocimiento que su desempeño en el planeta tenga.

La Intuición no discrimina, es propiedad de mujeres y hombres de cualquier edad, de cualquier rincón del planeta y aun de cualquier estado de salud mientras en su ser haya electrones. Dice Jean Charon en su deseo por prolongar los trabajos de Einstein:

“...cada uno de los electrones que nos constituyen es una memoria portadora de una infinidad de informaciones. Los electrones tienen la capacidad de comunicarse entre sí, instantáneamente y en el lugar que sea, ya que el alejamiento en el espacio no tiene ningún efecto en su difusión”.

Demostrando que cada uno de nuestros electrones encierra un tiempo y un espacio de la mente, Jean Charon llega a la conclusión de que la mente es lo que verdaderamente constituye al ser humano. Explica que las interacciones permanentes de informaciones contenidas en nuestros electrones se resumen entonces en un verdadero ‘intercambio espiritual’ sobre el que descansa toda nuestra vida. Esto permite concebir la intuición como intercambio de informaciones, en un universo en el que resulta que quizá sea la mente, a través de los electrones (que son también campos vivos con saber casi eterno) lo que condiciona la materia. Así las cosas ¡para saber no es indispensable ver sino basta con existir! El conocimiento intuitivo, portador del saber guardado profundamente en nuestros electrones, puede utilizar nuestros cinco sentidos de percepción tanto manifestados en su expresión básica oficialmente aceptada como en su expresión más sutil, mal llamada ‘percepción extra-sensorial’, para transmitir mensajes a nuestra conciencia.

APRECIACIÓN DE LA INTUICIÓN

Como es propio de todo concepto inmaterial y abstracto, la palabra intuición no tiene una definición concreta, verdaderamente convencional. Por una parte, la intuición es uno de esos fenómenos que se sitúan en la frontera de nuestra normalidad sensitiva diaria. No es “paranormal” en el sentido de fuerza de o más allá de lo normal, sino que sólo no constituye una referencia habitual oficialmente admitida en el funcionamiento básico del universo. La intuición surge de nuestro ser más íntimo, repentina, fugaz, con certeza, la llamemos o no, la percibamos o la ignoremos. Aparece en toda circunstancia y permanece invisible e impalpable. Existen innumerables ejemplos de hombres cuya enorme aportación al avance humano obedece a la propia atención de sus facultades perceptivas e intuitivas:

“...desde Beethoven, que decía escribir bajo el dictado de un Espíritu, hasta Baudelaire, que contaba que en su inspiración no dejaba de rondarle, pasando por el pintor Eugène Delacroix o del autor Antoine de Saint-Exupéry, que confesaba que la «Iluminación es sólo la iluminación repentina, a través de la mente, de un camino largamente preparado», sin olvidar a Albert Einstein, que reveló que su teoría de la relatividad se le apareció en sueños, o Arquímedes, que descubrió en una perturbadora experiencia sensitiva su teorema de los cuerpos flotantes, pero también Thomas Alva Edison, seguro de deber su descubrimiento de la bombilla incandescente a mucho más que una simple casualidad”.

Los efectos y cristalizaciones en nuestra vida de lo que la intuición de algunos hombres como los citados aporta a la comunidad humana, invita a tomar en cuenta, a valorar y a potenciar el sentido que habría que dar a esos insólitos comportamientos que descansan sobre certidumbres intangibles. Sea el asunto que sea, el momento en que se imponga o las implicaciones que genere, la intuición aparece bajo múltiples facetas.
Además de los grandes nombres reconocidos a nivel universal gracias a los frutos de haber atendido a su intuición, podemos ser cualquier individuo escuchando y confiando sin razón aparente a nuestra “primera impresión”, cuando es necesario que tomemos una decisión en la vida de cada día, o dando pruebas de una confianza instintiva en una determinada persona. Como parte de nosotros mismos, la intuición nos sorprende, nos fascina, nos llama, pero también a veces, por su agudeza y espontaneidad, molesta, asusta, interroga, pone en duda, amenaza, da un relieve distinto a esa realidad que concebíamos de un modo diferente, sobre todo, cómodo.

ALGUNOS EXPLORADORES DE LA INTUICIÓN A TRAVÉS DEL TIEMPO

De tiempos “recientes” como cuatrocientos años antes de nuestra era, existe testimonio gracias a investigadores sobre el estudio de la hasta hoy inaccesible comprensión humana. Uno de ellos es Henri Bergson que trae al presente a Platón, celebre discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles:

“...fue, sin duda, uno de los primeros que posó su mirada sobre la intuición, reconociéndole la dimensión de auténtico conocimiento, ya que, según él, era equivalente a la contemplación del mundo inteligible. ...En el siglo II de nuestra era, el pensador griego Plotino se interesó también por la intuición como capacidad introspectiva y legó que «la intuición es el conocimiento absoluto basado en la identidad de la mente con el objeto que conoce».

Ante este enunciado, se concibe claramente que todo suceda en el interior del hombre y que la intuición actúe como fuente reveladora, llevando a la persona a mirarse, a escucharse, más de cerca. Descartes, filósofo, matemático y físico francés, acerca la intuición a la inteligencia: ve en ella una percepción de tipo particular, una revelación inmediata y sin intermediario, pasiva, cuyo sentido profundo no puede entenderse sin una cierta educación (su «método»: el cartesianismo).
Para Bergson, una de las primeras características de la intuición es que se opone a la inteligencia, ya que ésta no puede tener acceso a los secretos de la vida. Dice:

“La intuición es la intimidad, el sentimiento de total fusión con el objeto del conocimiento ...Todo conocimiento intelectual es discriminatorio, separa un elemento de otro, un estado de otro, y la lengua –tan precisa como es- sólo aumenta esa división, que en sus límites se convierte en atomismo mental. Con todo, los estados de conciencia son fluidos, se interpenetran más de lo que se suceden, tienen una calidad inexpresable: la duración, la calidad pura, progreso captado en su progresión; si por lo tanto se desea alcanzar la intimidad del yo –que es el objeto de la filosofía- es preciso renunciar a conocerla por el pensamiento racional, que recorta y mutila, para captarla en sus datos inmediatos por una facultad especial: la intuición”.

De aquí se desprende que la intuición, a su manera, realiza la síntesis entre la inteligencia y el instinto; es la conexión del yo, por la que entendemos en un instante un acto simple, lo que reúne lo real y el significado de lo existente. Es una fuente de conocimiento inmediato, fuera de todas las presuposiciones intelectuales. Sin la intuición, los valores espirituales se verían socavados por la intelectualización y la cientificación que se corresponden con la razón.
Para Jung, -según explica Claude Darche- la intuición procede de una conexión de la persona, de su consciente con las capas más profundas de su inconsciente, pero sobre todo del inconsciente colectivo: los arquetipos y los símbolos. El inconsciente colectivo es una auténtica base de datos: acumula todas las experiencias del universo y de la humanidad, por lo que el hombre está en posesión de muchas cosas que nunca ha adquirido por sí mismo, sino que ha heredado de sus antepasados. El hombre no nace sin nada, sino simplemente inconsciente de todo lo que posee en él desde su concepción.

¿CONCIENCIA DE LA INTUICIÓN O INTUICIÓN DE LA CONCIENCIA?

¿Cuál de estas dos manifestaciones de la mente va primero cuando no ocurren simultáneamente? Por lo pronto hasta ahora no he encontrado en las investigaciones que he leído, que se diga que conciencie e intuición ocurran, por lo menos a veces, de manera simultánea y puesta a observar mi propia experiencia, tengo la impresión de que una precede a la otra. ¿Cuál a cuál?.

El asunto con la intuición es que puede ir antes, después o durante la consciencia. Es atemporal. La inconsciencia simplemente es. Conciencia e intuición están asociadas, son complementarias y ambas proceden del impulso que reúne percepción, comprensión y expresión. Entre ambas hay una frontera tan tenue que a penas se distinguen sus contornos.

UNA CUESTIÓN DE COMPLEMENTARIEDAD, NO DE PRIMACÍA

Finalmente, lo que cuenta reconocer es el papel que tiene la intuición en todo proceso terapéutico, empezando por el universo de la ciencia que estructura parte de nuestra vida diaria, y así mismo, cuenta tener presente el papel de la ciencia en la comprensión de la intuición.

El biólogo estadounidense Roger Sperry, demostró la función impartida por cada uno de los dos hemisferios de nuestro cerebro subrayando la complementariedad entre lo racional y lo intuitivo:

- en el hemisferio izquierdo, que coordina la parte derecha de nuestro cuerpo, se encuentran lo verbal, lo cuantitativo y lo analítico; es la parte del enfoque racional, del estudio, de la previsión, de la organización, del orden y de la lógica; es aquí donde las percepciones se traducen en representaciones coherentes y estructuradas; es el universo del método, de los encadenamientos de causa-efecto; aquí se elaboran el cálculo y la escritura;

- en el hemisferio derecho, que coordina la parte izquierda de nuestro cuerpo, se encuentran lo visual, lo artístico, lo intuitivo; es el lugar del pensamiento todavía no codificado por el lenguaje, de la comprensión que no ha tomado forma, de la creación de conceptos; es el mundo de la música, de las imágenes, de los colores, de la percepción inmediata de la realidad, global y espacial, intuitiva, de la imaginación; es aquí donde las ideas se asocian unas con otras, se interpenetran antes de cualquier intelectualización.

Sperry afirmó que el hemisferio derecho está especialmente dedicado a lo sensorial y que su desarrollo en términos de creatividad puede alcanzar niveles insospechados. También demostró que una simple impresión, una intuición, una imagen mental, equivalen a mil palabras cuidadosamente organizadas en un sabio discurso. De modo que cabe preguntarse si el lenguaje, la estructuración, la racionalización, que son estándares de ‘la mejor adaptación al medio’ en nuestra época, no restringen, no bloquean nuestras capacidades psíquicas al interponer barreras a las aptitudes naturales del hemisferio derecho. El contexto emocional e intuitivo en el que funciona esta parte de nuestro cerebro necesita liberarse de obstáculos para el desarrollo pleno de su función, en perfecta simultaneidad y complementariedad con el hemisferio izquierdo.
Así como ninguna manifestación de nuestro ser, percibido de un modo holísitco, es independiente del todo, la intuición no es ajena o exterior. Aunque aparece de pronto frente a nuestra conciencia como si surgiera de ‘ninguna parte’, de ‘un quién sabe dónde’, es una herramienta interna de nuestro propio funcionamiento, de nuestro yo más profundo. Es un revelador interno de lo que somos realmente y un medio para nuestro auto-conocimiento. Por poco que empecemos a escuchar con cuidado sus mensajes, lo que nos enseña la intuición es que en todas las circunstancias, su primera vocación es la de aportarnos informaciones, revelarnos verdades ocultas, llevar a la luz de nuestra conciencia elementos susceptibles de enriquecer nuestro entendimiento. Tales informaciones, verdades, elementos se gestan en condiciones determinadas. El análisis de las condiciones en las que la intuición sobreviene permite avanzar en la comprensión de su proceso global.

NO HAY CASUALIDADES; HAY CAUSALIDADES

Si se analiza lo estrecho de las relaciones entre situaciones dadas y las intuiciones sobrevenidas para nutrir dichas situaciones con información fresca, precisa, normalmente se llega a la conclusión de que la intuición no debe nada al azar, de que no obstante que llega como un brote de agua, como un chorro repentino y espontáneo, la intuición no tiene nada de salvaje o improvisada, como las apariencias lo harían pensar. Al contrario, los hechos demuestran que interviene siempre, si no en un instante preciso, al menos en un punto determinado: es una respuesta a una interrogante particular, da una solución parcial o total a un problema dado, existente. Reconocer esto sobre la intuición es importante porque evidencia que nuestro papel en el proceso de su operación es un papel activo y no pasivo. Aunque la intuición sobrevenga sin nuestra conciencia, su producción y contenido nos implica directamente. Es decir que no existe por sí sola, separada de todo contexto envuelta en su propia dinámica. Al contrario, la intuición aparece siempre en una esfera del pensamiento, en un campo particular, en una situación que nos comprende. El contenido de la intuición refleja nuestras preocupaciones tanto si somos capaces de verlas conscientemente como si son fruto de nuestro inconsciente.

Por lo general, cuando no logramos relacionar una intuición con una problemática particular, tendemos a pensar que es producto de la casualidad y / o que no nos toca personalmente. Sucede en realidad que la relación de la intuición con nuestra experiencia se nos presenta como ajena debido a que estamos ocultando, de una manera u otra, el tema en cuestión, manteniéndolo muy dentro, lejos de nuestras prioridades conscientes.
La intuición no se debe nunca a la casualidad, como es el mismo caso el de nuestros sueños, por la verdad de que su existencia misma necesita un tema, un sujeto, un interrogante latente para expresarse y aflorar a la superficie de nuestra conciencia. Así, la intuición es por esencia, una respuesta que, bajo el abrigo de un fuerte estímulo, nos da un nuevo impulso para seguir adelante. Desde el momento en que se evoca, sirve de instrumento, de herramienta para dar luz a nuestro desarrollo. Lo que sucede es que normalmente nadie nos enseña a utilizarla. Si acaso la notamos de pequeños sin nombrarla, como una guía incondicional que nos llevaba, a medida que crecimos perdimos el hábito natural de percibirla, y más aún, de confiar en ella.
Esto significa, y los investigadores en la materia así lo atestiguan, que se puede deliberadamente provocar la intuición, así como los sueños, las percepciones más finas, pues esto no tiene nada de extraordinario ya que lo hacíamos antes, lo traemos puesto, pero de forma inconsciente unos más que otros. El decir “provocar la intuición” puede sonar ambiguo e incongruente con las nociones de surgimiento espontáneo, nuevo, instantáneo, certero de la intuición. Sin embargo, funciona. El proceso nos es tan habitual que lo desencadenamos instintivamente sin ni siquiera pensar en las sucesivas etapas que se desencadenarán dentro de la lógica más pura.

PROCESO DE RECONOCIMIENTO DE LA INTUICIÓN

Una vez que han sido planteados de forma inconsciente los elementos básicos que caracterizan nuestra problemática o circunstancia en cuestión, desde el punto de vista de la intuición, aparece una fase de maduración, que se puede comparar físicamente con una incubación o germinación.
De dicha fusión, en la que el intelecto no participa, nacerá la intuición, una especie de resumen óptimo de todos los parámetros conocidos, de síntesis de lo que somos en un momento determinado. El proceso se realiza en silencio, lejos de ruidos y prisas, de hábitos diarios correspondientes a nuestros cinco sentidos físicos, visibles, materiales.
Ya que el encadenamiento interno de emociones, experiencias, recuerdos, sensaciones, etc. llega a su término, la intuición puede surgir en plena conciencia. Ahora poco importa el momento o la actividad que nos ocupaba: es imperativo que la intuición alcance rápidamente, con fluidez, las capas superiores de la conciencia y “salpique” el presente con la evidencia que aporta. En este surgimiento, lo que no veíamos, lo que no se podía, lo que no sabíamos porqué pero no nos latía, aparece entonces con una simplicidad, sin complicaciones, en un momento intenso de revelación en la que atónitos tenemos esa sensación de saber, de haberlo sabido siempre, de cómo que estando ahí tan visible se nos escondía.

Primero la intuición maduró, luego surgió y ahora que encuentra su lugar en nuestra conciencia, que la vemos imponiéndose en el presente, es el momento de darle valor utilizando las informaciones que nos proporciona. Notando, observando, dándonos cuenta, son las condiciones en las que el trabajo realizado previamente, que es inconsciente en esencia, podrá tener sentido.
El momento de la “post-intuición” es aquel en el que puede reconocerse la luz que dejó a su paso el instante informativo en nuestra mente. Ahí es, donde ya con una autenticidad confirmada, la intuición se vuelve verdaderamente utilizable, es el instante que muestra el resumen de nuestro bagaje existencial en una imagen, un símbolo, una palabra, un color o un sonido, para el servicio de nuestro devenir diario tan complejo. Sigue Baudouin: “...del análisis del proceso intuitivo se deduce claramente que en todas las circunstancias la intuición es una aportación, una enseñanza, un enriquecimiento, un puesta en conexión directa con nuestro ser interno, un regreso a nuestro origen más íntimo, un estrecho vínculo restablecido entre nuestra conciencia exterior y nuestro profundo conocimiento interior.

INTENCIÓN Y VOLUNTAD EN EL DESARROLLO DE LA INTUICIÓN

Quien se interesa en el desarrollo de la intuición es necesariamente aquel que la reconoce como parte integral y viva del ser. La capacidad intuitiva es directamente proporcional a la capacidad de reconocerla, de habitarla. Crecerá y se propagará a velocidades distintas como transportadora de informaciones de nuestro inconsciente a nuestro consciente en la medida en que creamos en ella, pongamos voluntad en que se manifieste y le demos dirección con nuestra intención.
Así como podemos observar nuestra intuición y permitir su desenvolvimiento hasta llegar a la conciencia y luego seguir hasta la acción, también cada uno de nosotros podemos dudar de ella. Es muy conocido el trabajo “negativo” o “perverso” que realiza la inhibición en la expresión del ser total; es una función protectora y con frecuencia destructora, de nuestro potencial; es esa parálisis psíquica que nos llena de impotencia funcional. El miedo es, sin duda, el bloqueo más eficaz. La resistencia a amar o a abandonar, a cambiar, a lo estable, a la ausencia, a la presencia, al vacío, a lo lleno, a lo desconocido, etc. Ese miedo a vivir ‘esclerotiza’ la intuición entre otras posibilidades de nuestro cuerpo-mente, ahoga el presente, el aquí y ahora con los tabúes del pasado enraizados entre papás, familia, cultura, civilización, socialización que, en vez de haber sido o ser retos para nuestro crecimiento, fueron o son lápidas pesadas de quitar.
En el lado opuesto de todos los factores, naturales o artificiales que trabajan en niveles distintos en el proceso de la intuición, se encuentran otros elementos con la función contraria: los estimuladores de la intuición. Desde los pensamientos positivos hasta las costumbres de vida regeneradas, asumiendo la imagen que tenemos de nosotros mismos, el derecho a crecer que nos damos, las técnicas de expansión mental y corporal que nos procuramos, la libertad de creer, de confiar, de tener fe, son factores que favorecen la reconexión del yo que sale al día a día con el yo más profundo e interno.

En seguida mencionaré algunas técnicas, tanto para optimizar el reconocimiento de nuestra intuición, como para que una vez reconocida, potenciarla, sin embargo es necesario saber que nada es posible sin la acción deliberada de nuestra voluntad: para acentuar la receptividad, la posibilidad de emisión, las facultades sensitivas correspondientes a los sentidos físicos, para intentar llevar a su máxima expresión las capacidades perceptivas e intuitivas, es preciso querer hacerlo.
Aprovechar la realidad de nuestra intuición, más que tratarse de otra búsqueda intelectual, se trata de otra manera de vivir, y para optimizar su presencia y ser conscientes de ella, podemos recurrir a “técnicas” que no son otra cosa que los recursos que inherentemente a nuestra condición humana, usamos: respirar, comer, dormir, pensar.
La calidad con la que atendemos a nuestras funciones vitales básicas en conexión con el exterior, es la puerta a nuestro universo interior. Quiero decir que si prestamos una atención pobre o nula a la propia alimentación, reposo, ejercicio, ocio, aseo, manera de relacionarnos, de dar, recibir, etc. la puerta a nuestro interior estará más atorada o ni de que tenemos llaves nos acordaremos. Para acceder al universo interno, en primera instancia, y luego beneficiarnos con sus enseñanzas, es preciso afinar nuestra relación con lo externo: escucho, huelo, veo, gusto, toco; observo, percibo, pienso, razono, olvido, recuerdo; me enoja, me gusta, me llama, me asusta, me entristece, etc.

¿Y cómo? Pues relajándonos, en principio, en contrapunto con lo agitado de la vida que llevamos. La relajación da de nuevo espacio al descanso corporal, a la calma, al sosiego de los pensamientos; establece una distancia, marca un tiempo de detención, ofrece un paréntesis. Aunar cuerpo y espíritu, reconocer tensiones, molestias y dolores; restablecer el curso natural de la energía, sentirlo, despejar la mente, permitir lo que hay, darle tiempo al tiempo, meditar.

MEDITAR, GRAN RECURSO PARA LA INTUICIÓN

Meditar es detener toda actividad, tanto física como mental. Es aceptar abrir un paréntesis en el tiempo y en el espacio, interrumpir la inconsciencia del flujo y el reflujo de las sensaciones, frenar la manera incesante y tumultuosa de los pensamientos. Meditar es ponerse detrás de la expresividad por un momento y ser el observador desde la tribuna de la propia vida. Meditar es un terreno fértil para que la intuición germine, madure y surja a nuestra conciencia.

Siguiendo con la figura de la llave perdida que abre la puerta a nuestro interior, para encontrarla se recomienda detenerlo todo, privilegiar de repente el vacío y el silencio, restablecer el contacto con nosotros mismos vía la respiración o la técnica de escuchar a nosotros mismos que mejor nos acomode. “La meditación no es una forma de pensamiento, ya que, por esencia, es «la negación de todo pensamiento», es un estado vivido en lo inmediato, aquí y ahora, en la única realidad del presente. Es un estado de conciencia que establece lo más auténtico, el más puro intercambio que pueda existir entre uno mismo afuera y uno mismo adentro.
Digo que meditar no es el único recurso para que la intuición florezca, pues ésta tiene tantas formas de expresarse como seres habemos en el mundo. La meditación sólo es un camino sugerido como caldo de cultivo para darnos cuenta de nosotros mismos, mediante la introspección. Es un camino seguro para tomar el riesgo de ver nuestra propia película. Compramos el boleto: preparación física, lugar tranquilo, íntimo; accedemos a la sala: inhalamos y exhalamos conscientes de la función vital de vinculación afuera-adentro que es la respiración; nos sentamos en la butaca que nos toca: reconocemos y acondicionamos un espacio reservado a nuestro fuero interno, totalmente privado, inaccesible a todo el mundo, nuestra fuente de sabiduría interna que emana en pensamientos, ideas, suposiciones, corazonadas, percepciones, etc., e intuiciones. Entonces pasa la película: sucede la comunión de energías; la fuerza de la tierra, nos arraiga, nos muestra su realidad, su peso, su materia. Son los hechos, el combate diario, el intercambio con nuestros semejantes. Confluye y se hermana con el cielo, nuestro universo interior. No se confunde, sólo sucede al mismo tiempo. Se detona la intuición como respuesta, como solución, como clave, llave, como la pieza que faltaba al rompecabezas.

DISPONIBILIDAD INTIUITIVA

Transcurridos los pasos anteriores, a saber, preparación física, respiración consciente, reconocimiento interno yo conmigo, permiso a la comunión de energías, nuestro ser alcanza un estado de disponibilidad intuitiva. Esto es, la apertura total, la aceptación incondicional a las imágenes, palabras, símbolos, ruidos, lo que sea que nos brinde nuestra mente. Ahí, con voluntad –que no voluntarismo- miramos y tomamos lo que el inconsciente nos da y lo llevamos suavemente a nuestra conciencia. Es importante tener en cuenta que, para descifrar el contenido que nos aporta el complejo de nuestro ser -cuerpo-mente-espíritu- en intuiciones, en sueños, en percepciones, cada elemento de dicho complejo, nos representa personalmente. Estar abiertos a aceptar aquello que somos, en un universo en el que, además, nuestro auto-conocimiento es infinito, nos dispone a vivir con intención la intuición.
Abrirnos al significado de los ‘desarrollos inconscientes’, a la fuente de nuestro ser profundo nos dispone a reencontrarnos con lo que hemos estado buscando tanto tiempo de mil maneras, sin confesarlo, coro con una certidumbre latente: nuestro guía interior. Pero no me refiero a entidades superiores, exteriores al hombre que se llevan y se traen en tantos relatos. No es ningún ángel sobrenatural ni un guía espiritual en el sentido tradicional e iniciático del término. Más humana y simplemente, es nuestra sola y única realidad, en su grandeza recuperada, en su esencia ilimitada, en sus capacidades expresándose más allá del uso limitado que solemos dar a nuestros cinco sentidos.

CONCLUSIÓN

A nadie sorprende que hay momentos en nuestras vidas que nos marcan. A partir de que obtuvimos algo, conocimos a alguien, escuchamos que, encontramos a... nuestra vida no volvió a ser la misma. Tales eventos sobresalientes nos presentan con claridad la confluencia de nuestra vida interior y exterior: por un momento afuera comulgó con adentro y nosotros crecimos en aprendizaje, avanzamos en la vida, independientemente de que nuestros compañeros de circunstancia lo notaran o no. Fue un momento único, íntimo, sólido, personal.
Considero que esos eventos que nos marcan dando dirección a nuestras vidas pueden multiplicarse. No mágicamente crecerán en cantidad una vez que nos pongamos a intuir. Me refiero a que una vez que reconozcamos la facultad de intuición que siempre ha tenido nuestro ser, notaremos sus productos, observaremos las informaciones que nos trae con origen en nosotros mismos. Con voluntad, nos centraremos en sentir, en permitir la intuición y entonces caeremos en la cuenta de que los eventos reveladores que dan dirección a nuestra vida son nuestro producto y suceden todo el tiempo.
Elegí de entre lo que llegó a mis manos, a algunos de los pensadores, filósofos, científicos, artistas y demás, que aprecian la intuición como objeto ineludible de atención y/o estudio. Lo que con mayor gusto rescato de lo comprendido es que es a partir de su propia intuición que aportan su experiencia. La intuición es propiedad de todos y la única condición para percibirla es querer verla: recibir sus mensajes sutiles, oír sus respuestas, los consejos que prodiga en el momento adecuado. Se trata, entonces de un reconocimiento innato, que cada uno de nosotros lleva en sí mismo sin saberlo, a veces. La intuición es sólo el revelador, el transformador de esos datos básicos inteligibles para la mente humana.

Resulta que después de la intuición la casualidad se acaba. La intuición se trata de revelaciones, de la concatenación de la historia propia, consciente o inconscientemente reconocida o negada, con nuestro presente. Si antes, lo que hubiera podido ser la intuición para nosotros, estaba en el terreno de la curiosidad, ahora, vuelta inquietud se convierte en un vuelo a cimas inexploradas en el paisaje de nosotros mismos; es así que nos posibilita el viaje a una nueva manera de conciencia. Al observar que nos dice y porqué nos dice lo que nos dice, la intuición nos lleva a recorrer el propio ser de cuerpo a mente, de mente a inteligencia y de inteligencia a espiritualidad, en un espacio sin límites de espacio ni de tiempo.

Leer más:
La Intuición Por Julio Fuentes Chavarriga
La Inteligencia Intuitiva Por Ramon Marquès

Fuentes:
SOBRE LA INTUICIÓN 
Gloria Esther Espejel Montes

Apadrina el Blog "Hombres que corren con los lobos"